Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexicana
Universidad Nacional Autónoma de México
La Medicina Tradicional de los Pueblos Indígenas de México
Introducción
Los capítulos 17 y 26 del cuestionario de las Relaciones geográficas del siglo XVI (Instrucción y Memoria de las relaciones que se han de hacer para la descripción de las Indias, que su majestad manda hacer, para el buen gobierno y ennoblecimiento dellas), que la corona española imprimió en 1577 y distribuyó poco después entre gobernadores, corregidores o alcaldes mayores, contienen las bases de lo que hoy podría considerarse el primer estudio a gran escala de la medicina tradicional mexicana; también, el primer intento de recoger información epidemiológica en la totalidad del suelo novohispano. Expresadas así, ambas afirmaciones constituyen una exageración y un anacronismo: para el siglo XVI no existe lo que hoy denominamos la "medicina tradicional mexicana" ni, mucho menos, la epidemiología. Pero, aceptado esto, es preciso reconocer que una obra como La medicina tradicional de los pueblos indígenas de México encuentra en las Relaciones geográficas su antecedente metodológico más directo. Recordemos el contenido de lo que esos capítulos piden que se interrogue:
"17. Y si es tierra o puesto sano o enfermo, y, si enfermo, por qué causa (si se entendiere), y las enfermedades que comúnmente suceden, y los remedios que se suelen hacer para ellas". (...)
"26. Las yerbas o plantas aromáticas con que se curan los indios, y las virtudes medicinales o venenosas de ellas."

Un repaso a la bibliografía sobre la medicina de los pueblos indígenas de México nos convence de que la nada despreciable cantidad de trabajos producidos en lo que va del siglo XX —obra, en buena medida, de la etnografía— no contemplaba el propósito de obtener un panorama, a la vez general y razonablemente exhaustivo, de las ideas, las prácticas y los recursos puestos en juego para enfrentar las amenazas o los efectos de la enfermedad, el accidente, el desequilibrio o la muerte, en los 56 grupos distinguidos lingüísticamente que habitan hoy en el territorio nacional. La gran labor de los etnógrafos estuvo en general referida a grupos o comunidades específicas, y la disparidad de los métodos aplicados y de los productos obtenidos haría imposible que una antología de esos trabajos nos ofreciera ese cuadro de conjunto que es uno de los objetivos pretendidos por nuestra obra. En este sentido, nuestro trabajo recoge una de las líneas fundamentales establecidas en el siglo XVI (la otra, como afirmamos en la Introducción del Diccionario enciclopédico de la medicina tradicional mexicana, que forma parte de esta misma biblioteca, es la desarrollada por fray Bernardino de Sahagún), muy pocas veces retomada después, salvo en casos como el del Ensayo de geografía médica y climatología de la República Mexicana de Domingo de Orvañanos, publicada por la Secretaría de Fomento en 1889. Se trata, en buena medida, del método de la encuesta directa que recoge opiniones de informantes clave, en nuestro caso alrededor de 2 000 médicos tradicionales indígenas. En el caso del Ensayo de geografía médica... ésta se originó en una iniciativa del general Carlos Pacheco, entonces secretario de Fomento de Porfirio Díaz. Pacheco ordenó que se efectuara en toda el área nacional una encuesta que respondiera a los siguientes puntos: 1) condiciones climatológicas en cada lugar de la República; 2) estadística y distribución geográfica de las enfermedades; 3) flora peculiar de cada enfermedad. El cuestionario —redactado por Gustavo Ruiz y Sandoval y Ramón Rodríguez Rivera— fue enviado por el gobierno a las 2 863 municipalidades del territorio. Importa destacar el tipo de informante escogido, pues se trató de una consulta a las autoridades políticas, a las municipalidades, a las corporaciones científicas, a los médicos, a las personas de instrucción y de buena voluntad de todos los lugares del país, lo que sabían de climatología, así como de geografía médica (y de) aspectos relativos a razas. Por alguno de los aspectos temáticos y, sobre todo, por el carácter abierto de la consulta, la obra escrita por Orvañanos —un texto y 43 cartas geográficas— recupera el procedimiento básico desarrollado en la instrucción y Memoria de las relaciones.

Es moneda corriente entre los estudiosos de la historia y de la literatura (independientemente de géneros y temas), afirmar que todo texto establece relaciones con otros que lo precedieron y que lo sucederán. Habría que añadir que las obras suelen emparentarse también con proyectos exitosos o frustrados, con escritos que nunca se publicarán, con itinerarios de investigación rectificados, llenos de accidentes, contramarchas o destinatarios invisibles. Entre ambos niveles —hasta donde nos es posible percibir— se ha desarrollado este proyecto que ahora toma cuerpo bajo el nombre de La medicina tradicional de los pueblos indígenas de México.

Si este texto se asocia de manera estrecha a los otros títulos que conforman la Biblioteca de la medicina tradicional mexicana, no es menos directa su vinculación con un libro recientemente aparecido —el Herbario medicinal del Instituto Mexicano del Seguro Social. Información etnobotánica de Abigail Aguilar Contreras y colaboradores— y con otras obras a las que aludiremos enseguida. Quizás no resulte aventurado afirmar que, en última instancia, su génesis puede ubicarse en las preocupaciones de un grupo de investigadores que trabajaron juntos o colaboraron frecuentemente a partir de los últimos años de la década de los setenta. Los escenarios fueron el Instituto Mexicano para el Estudio de las Plantas Medicinales (IMEPLAM, convertido más tarde en Unidad de Investigación en Medicina Tradicional y Herbolaria, y, más tarde aún, en Unidad de Investigación en Medicina Tradicional y Desarrollo de Medicamentos, ambas del IMSS), la Dirección General de Culturas Populares, diversas dependencias de la Universidad Nacional Autónoma de México, el Departamento de Antropología Social del INAH y el Instituto Nacional para la Investigación de los Recursos Bióticos (INIREB), principalmente. El propósito de producir obras que sentaran las bases generales de la información sobre la medicina tradicional y sus recursos exigía, por una parte, la organización de equipos de investigación y, por otra, una comunidad de intereses convergentes que hiciera posible el desarrollo de los proyectos. Las obras producidas resultaron, casi siempre, colectivas, independientemente del hecho de que sean citadas bajo el nombre de su coordinador, director o autor principal. Esta lista incluye: Indice y sinonimia de las plantas medicinales y Usos de las plantas medicinales de José Luis Díaz, Bibliografía comentada de la medicina tradicional mexicana (1900-1978) de Axel Ramírez, Plantas tóxicas de México de Abigail Aguilar Contreras y Carlos Zolla, Flora medicinal mexicana. I. Plantas indígenas de Xavier Lozoya y Mariana Lozoya, los textos de Silvia del Amo y, sobre todo, el pequeño volumen titulado La medicina tradicional en México. Experiencia del Programa IMSS-COPLAMAR 1982-1987. Como se puede apreciar, todas estas obras recuperan la idea del inventario extenso (el texto de Lozoya y Lozoya, que sólo estudia 14 plantas, formaba parte, en realidad, de un programa de investigaciones más amplio), si bien es visible en ellas el predominio de los trabajos etnobotánicos y, en menor medida, de la bibliografía antropológica.

En general, muchas de las obras etnográficas han recogido datos sobre la medicina tradicional indígena sin que su estudio concreto constituyera el eje de los proyectos: así, es posible encontrar información relativa a ella dentro de apartados dedicados al ciclo de vida, a los sistemas de creencias, a los ritos y ceremonias o al uso de los recursos naturales. La antropología médica, por su parte, aun interesándose en el proceso salud-enfermedad, en los mecanismos de la eficacia simbólica o en los síndromes de filiación cultural —como los diversos estudios dedicados al susto—, no ha producido una obra que dé cuenta de la labor histórica de los pueblos indígenas para generar una respuesta sistemática ante las amenazas o los efectos de la enfermedad, el accidente, el desequilibrio y la muerte, o, en otras palabras, un sistema médico.

El cuestionario empleado para elaborar La medicina tradicional de los pueblos indígenas de México distinguía claramente cuatro secciones, dedicadas a interrogar sobre:

  1. Los recursos humanos de la medicina tradicional indígena.
  2. Los procedimientos y métodos diagnósticos y terapéuticos.
  3. Las causas de demanda de atención.
  4. Los recursos terapéuticos (materiales y simbólicos).

En cuanto al procedimiento expositivo, nos pareció pertinente distinguir dos grupos de datos y elaborar, en consecuencia, dos secciones, en lugar de cuatro: es decir, conservar separada la información sobre los recursos humanos (edad y sexo, formas de aprendizaje y tipos y denominaciones de los terapeutas, motivos de consulta o causas de demanda de atención según las distintas profesiones médicas, etcétera) de aquella otra relativa a las causas de demanda de atención, a propósito de la cual se articulan diagnósticos y terapias, y se emplean determinados recursos materiales y simbólicos. En otras palabras, las causas de demanda de atención son el eje conceptual y expositivo de toda la obra.

¿Por qué ahora se elabora este estudio? La razón, nos parece, hay que buscarla no sólo en la maduración de tendencias académicas manifestadas desde hace casi dos décadas, sino también en la importancia que en nuestros días han adquirido tanto la medicina tradicional como los pueblos indígenas. Las investigaciones mencionadas anteriormente y los programas de extensión de cobertura hacia las zonas rurales e indígenas han puesto en evidencia tanto las difíciles condiciones de vida de estos grupos como la rica y compleja cultura médica existente. Nuestro trabajo ha tratado, más allá de la aplicación de ciertos instrumentos metodológicos, de recuperar la voz de los informantes, de compendiar la palabra de los terapeutas cuando expresan los motivos por los que las poblaciones recurren a demandar sus servicios. El estudio no pretendió determinar si esta medicina era efectiva o no, no verificó experimentalmente las propiedades curativas atribuidas a los recursos terapéuticos tradicionales ni, menos aún, elaboró una epidemiología sociocultural. Pero, incluso cuando los propósitos hubieran sido éstos, creímos necesario contar con una base informativa previa que diera cuenta de la visión de los propios médicos tradicionales sobre los padecimientos y las terapias, que fuera un instrumento para los propios terapeutas indígenas, para quienes trabajan en salud con población indígena y para los estudiosos del fenómeno de la medicina tradicional.

En términos generales, la obra consta de tantos capítulos como grupos indígenas existen hoy. Para elaborarla se tuvo en cuenta que en las fuentes oficiales (INEGI, INI, SEP) se reconocen 56 etnias determinadas conforme a criterios lingüísticos. Algunas de ellas (nahuas, mayas, mixtecos, zapotecos) son numerosas y habitan en extensas regiones del país; más aún, por efectos de la migración, los lugares de residencia de muchos de estos grupos se han multiplicado. Otras, en cambio, constituyen pequeñas poblaciones en las que la suma total de sus miembros llega a ser inferior a los 500 habitantes. Para dar cuenta de manera general del estado de la medicina tradicional en cada uno de los pueblos indígenas y, al mismo tiempo, recoger datos que permitieran apreciar las particularidades de su cultura médica, era necesario disponer de una infraestructura significativa, detectar a los grupos de informantes, organizar y entrenar a los encuestadores y contar con la capacidad para el almacenamiento, procesamiento y análisis de la información recogida. En esto resultó fundamental la colaboración de una gran cantidad de Centros Coordinadores Indigenistas (CCI) del INI, distribuidos en regiones indígenas clave del país, y los contactos con los médicos tradicionales de los diferentes pueblos indios, muchos de ellos animadores de los procesos organizativos que se viven actualmente. También, por supuesto, la constitución de un equipo central que debía no sólo organizar la aplicación de la encuesta, dar seguimiento a las tareas, recoger, procesar, analizar y redactar la información, sino también cubrir de manera directa aquellas zonas o pueblos en los cuales se careció del equipo institucional de los CCI. Como el lector podrá apreciar, la extensión de los capítulos difiere (a veces, sensiblemente). Las razones son varias: en algunos casos, este hecho refleja la mayor o menor riqueza y complejidad de las medicinas indígenas locales; en otros, la cantidad y calidad de la información recogida por los encuestadores.

Si el lector compara esta obra con el Diccionario enciclopédico de la medicina tradicional mexicana, notará inmediatamente que una está hecha exclusivamente con material de campo, prescinde de bibliografía y omite las interpretaciones en beneficio de una exposición llana; el Diccionario, en cambio, se elaboró exclusivamente con material bibliográfico, las interpretaciones son abundantes y los cruces de los datos —que asocian términos, prácticas y conceptos de diversa procedencia— es un elemento estructural de la obra. Hemos resistido a la tentación de completar un dato débil, una información escueta —pero de primera mano—, con una fuente bibliográfica confiable y mucho más exhaustiva, salvo en casos excepcionales donde la información de campo reclamaba una precisión o aclaración específica. Confiamos que al haber distinguido nítidamente estos dos procedimientos contribuyamos al trabajo de futuros estudiosos del tema, ofreciéndoles un material original, desnudo de referencias secundarias, aunque importantes. Decida el lector si esto constituyó un defecto o un acierto metodológico.

Un comentario final: en el periodo 1989-1994 se desarrolló un intenso proceso organizativo de los médicos indígenas; muchos de ellos se encuentran hoy nucleados en las casi 60 agrupaciones que integran el Consejo Nacional de Médicos Indígenas Tradicionales (CONAMYT); muchos permanecen al margen de las organizaciones. Pero, en casi todos, es constante una preocupación que se expresa más o menos así: cuál será el destino histórico de esta medicina (y de esta información), cuál el interés de los jóvenes por perpetuar las profesiones y las tradiciones médicas de sus grupos de origen, cuál, en fin, la posibilidad de uso de estos materiales para alimentar la memoria de los médicos tradicionales (especialmente los analfabetas). Estas cuestiones surgieron no pocas veces en el curso de reuniones y entrevistas de trabajo. Se nos decía con frecuencia: "Les pedimos que hagan libros sencillos para que los podamos leer nosotros". Y, con frecuencia también, contestábamos que nos parecía difícil escribir libros sencillos a propósito de una medicina compleja, como es la indígena. Naturalmente, no nos referíamos a los procedimientos expositivos, y preferíamos subrayar algo que nos parece sustancial: son contados los buenos trabajos que den cuenta de los mecanismos de aprendizaje de la medicina tradicional. Apelar a la fórmula de que "esto se aprende por tradicional oral" puede resultar tranquilizador —lo hemos hecho no pocas veces— pero es demasiado vago y genérico. Insistir, en cambio, en que es necesario estudiar (y discutir) una "estrategia informativa" con los propios médicos indígenas resulta, nos parece, crucial. Quizás la conclusión de este trabajo sea que hay múltiples vías de acceso al conocimiento médico —y al del mundo real, en general— y que hay que reforzar tanto los mecanismos de la transmisión oral, como los de la comunicación escrita o audiovisual. Ello, conscientes de que hay otras vías que nuestra pedagogía ni siquiera vislumbra discutir: la adquisición del saber en los escenarios del sueño y en el diálogo con los dioses.

Carlos Zolla — Virginia Mellado Campo
México, D.F., mayo de 1994

Aclaraciones.

Hemos señalado en la Introducción que el propósito inicial de la obra fue dedicar un capítulo a cada uno de los 56 pueblos indígenas que habitan en el territorio nacional. Sin embargo, aparecen agrupados mochós (motozintlecos), cakchiqueles y jacaltecos, tepehuanos del sur y mexicaneros, cochimí, koah, cumiai, kiliwas y pai-pai, y tlahuicas (matlatzincas y ocuiltecos). Ello obedece a que, en general, estos grupos comparten un mismo territorio, o bien a que sus respectivas medicinas no presentan diferencias apreciables.

Cada uno de los capítulos se estructura distinguiendo tres secciones: la población, los recursos humanos y las causas de demanda de atención. La primera sección fue elaborada con material bibliográfico, y las fuentes respectivas se citan al final del libro. Las otras dos secciones exponen el material de campo, y si intercalan enfermedades con procedimientos y métodos diagnósticos y terapéuticos, es por que unas y otros constituyen motivos de demanda de atención. El lector notará que la sección dedicada a los recursos humanos de la medicina tradicional lacandona ha sido omitida, explicándose en el texto correspondiente los motivos que llevaron a tomar esta decisión.

Los nombres indígenas que se consignan para designar a los diversos tipos de terapeutas, a las causas de demanda de atención y a los recursos terapéuticos fueron reproducidos tal como los señaló el informante o como estimó el encuestador que debían trascribirse. Seguramente los lingüistas entrenados en la trascripción fonética de los alfabetos indígenas de México encontrarán no pocos errores. Las consultas efectuadas en numerosos vocabularios, lejos de ayudarnos a precisar los datos, multiplicaron las diferencias.

No pasará seguramente inadvertido el hecho de que se cite un número mayor de causas de demanda de atención que el que se expone efectivamente. Incluir todas las descripciones, además de aumentar significativamente la extensión de los textos, habría obligado a repeticiones que hemos preferido omitir. Sin embargo, tratando de ser fieles al material, se exponen aquellas causas que fueron citadas con mayor frecuencia o que los propios informantes consideraron como las más importantes.

Añadamos también que el número de terapeutas consultados varía sensiblemente de un grupo a otro. Ello hace que no siempre la muestra resulte totalmente significativa del predominio de un cierto tipo de práctica sobre otro al interior de un grupo. De todas maneras, creemos que en general se avaló la información mediante la consulta a agentes de la medicina tradicional de reconocido prestigio en las comunidades trabajadas.

Naturalmente, los errores y omisiones son de la exclusiva responsabilidad de los autores del texto. Confiamos en que lectores atentos y comprensivos introduzcan enmiendas y enriquezcan el material aquí presentado.