Esta enfermedad de la primera infancia, reportada por todos los informantes consultados, es un padecimiento muy frecuente que se produce por causas de orden mecánico, como "levantar a los niños cuando están todavía muy tiernitos", "sacudirlos" o por caídas (V. caída de mollera). Generalmente, los síntomas que permiten identificar esta afección aparecen inmediatamente después del accidente: el pequeño presenta la mollera sumida, los ojos llorosos y caídos y la lengua blanca; no puede abrir la boca "ni mamar, y no tiene fuerzas en las quijadas ni en la lengua". Al cabo de un corto tiempo le aparece calentura y diarrea, y se le hinchan los ganglios de varias partes del cuerpo. Por lo general, la observación de los signos que presenta el niño, así como el interrogatorio a la madre, permiten al terapeuta diagnosticar con rapidez la enfermedad.
El tratamiento comprende la aplicación de varias prácticas terapéuticas articuladas, todas ellas destinadas a subir la mollera a su nivel original (V. levantar la mollera). Se coloca al niño de cabeza y se le dan pequeños golpecitos en la planta de los pies. También se le "paladea", procedimiento que consiste en dar masajes en el paladar duro y en el blando, haciendo cierta presión con los dedos (V. paladear); o se le humedece la fontanela hundida, ya sea con la mano mojada o mediante la colocación de un emplasto preparado con clara de huevo, "para que chupe y levante la mollera". Otros terapeutas chupan la mollera directamente con la boca. Un último procedimiento consiste en la aplicación de una "sobada" que se hace de la siguiente manera: el curandero soba primero la nuca del pequeño, y enseguida proced a sobar las "bolas" que le han aparecido debajo del pabellón de los oídos, inmediatamente detrás de las quijadas; la "sobada" se hace de abajo hacia arriba, con el propósito "de subir las bolas". Posteriormente da masajes al "cerebro" -la parte posterior de la cabeza-, a toda la cabeza y la frente, comenzando siempre desde las quijadas; por último, soba los brazos, las piernas y la espalda, siempre en dirección ascendente.
Todos los informantes consultados destacan la necesidad de actuar con celeridad frente a un caso de caída de mollera, por las graves consecuencias que puede tener si no se atiende adecuadamente. Como forma de prevención, los terapeutas aconsejan cuidar a los niños pequeños, evitar "levantarlos si son muy chiquitos y que no brinquen si son más grandecitos".
La caída de mollera afecta principalmente a los niños menores de tres meses, y muy rara vez se presenta en adultos, quienes "son muy difíciles de curar".