Los terapeutas tradicionales otomíes entrevistados, se distribuían en una extensa área geográfica y residían en los municipios de Amealco, Tolimán y Cadereyta de Montes, en el estado de Querétaro; Acambay, en el Estado de México; Tenango de Doria, Ixmiquilpan, Huehuetla y Nicolás Flores, en el estado de Hidalgo; Pahuatlán, en el estado de Puebla, y Zitácuaro, en el estado de Michoacán. Para lograr información que resultara relevante sobre la medicina tradicional del grupo, se consultó a 58 informantes, 44 de los cuales eran mujeres y sólo 14 hombres, todos ellos terapeutas de reconocido prestigio en sus comunidades. Las primeras tenían un promedio de edad de 60 años, frente a 56 de los segundos, lo que da un promedio general de 58 años. En lo relativo al dominio de la lengua materna, se encontró que el 38% era monolingüe de otomí, y el 24% bilingüe de otomí y español; el 30% hablaba solamente español, en tanto que un porcentaje irrelevante declaró conocer también otros idiomas como el totonaco, el huasteco y el náhuatl. El conocimiento de la lengua española parece estar en relación directa con el grado de alfabetización del grupo; en efecto, la mayor parte de los bilingües de español y otomí sabía leer. Sin embargo, si se considera al grupo en su totalidad, se comprueba que muy pocos sabían escribir y que, en general, se trata de un conjunto en donde el analfabetismo puede ser considerado como muy alto.
Casi ninguno de los informantes declaró dedicarse exclusivamente a la práctica curanderil; antes bien, la mayoría de ellos solventaba sus gastos con ingresos provenientes de otras fuentes de trabajo; 30 informantes se dedicaban a las actividades del hogar, 14 a diversas tareas agrícolas, cinco eran artesanos y el resto desempeñaba otras labores como las de pastora, empleada, recolector de leña, productor de carbón y maestro de tambor en la iglesia. Sólo dos terapeutas -una sobadora y una curandera-partera- se dedicaban de tiempo completo a la medicina.
Resulta coherente que, tratándose de un conjunto de terapeutas con tan alto porcentaje de mujeres, sea precisamente el grupo de las parteras el más numeroso (30% del total). Las parteras otomíes son designadas con los términos ñehi, nuteque mallu, ardotzi, made dorca dotzi y, en los casos en que se emplea el sinónimo "matrona ", con la expresión raruxanana. No se encontraron parteros, y la edad promedio del grupo era relativamente baja: 54 años. Cuando se indagó sobre profesiones médicas asociadas o especialidades, se pudo comprobar que una parte de ellas se refiere casi exclusivamente a las variadas actividades relativas a la preparación del parto ("prepara parto") y al dominio de procedimientos de tipo diagnóstico y terapéutico (como es el caso de las "manteadoras" y de las "sobadoras"). Se registraron varios casos de parteras que conocían otras formas médicas de atención, pero éstas no eran relativas al área de la ginecoobstetricia. Tal es el caso de algunas parteras-curanderas (uni qui ele bosti), parteras-hueseras, parteras-hueseras-hierberas, parteras-sobadoras y parteras-hueseras-curanderas. El subgrupo de las parteras que son, al mismo tiempo, curanderas, hueseras, hierberas o sobadoras, sé reveló como un conjunto de mayor edad: 60 años, en promedio. En general, las parteras otomíes adquieren sus conocimientos siguiendo exclusivamente dos vías: el aprendizaje con otra partera o con algún curandero de mayor .experiencia, y el autoaprendizaje.
La heterogeneidad en las prácticas de las parteras queda ratificada cuando se analizan las causas de demanda de atención por las que son requeridas. En efecto, si se distribuyen las causas por tipo de aparato o sistema involucrado, se comprueba que el primer lugar es ocupado por las afecciones musculoesqueléticas (26% del total): arreglo de cintura por caídas, descompostura de articulaciones, desviación de costilla, caídas, lumbago o ciático (dolor en la ingle), cintura abierta, dolor de cadera y lastimada de cintura. Un porcentaje semejante al anterior correspondió a los síndromes de filiación cultural: espanto o susto (rha entzhú, mbdi, vidi), caída de mollera (ramiyutí, rha nte jhe, ndohthee), empacho (tini), cocimiento para el aire, histérico (latido o, en otomí, ar-en-sau-mui), caída de varillas, alferecía y dañados por la baba. El tercer grupo de causas (20%) fue el relativo al área de la ginecoobstetricia: parto (ya ma dha mui mamatzhi, ardotsi), caída de ovarios, "tener niños y no tenerlos", embarazo (uhmbahtsi, yado ter beño), inflamación de vientre y "evitar" (aborto). El cuarto sitio (10%) estuvo ocupado por enfermedades que afectan al sistema gastrointestinal: dolor de estómago (tzonqui), bilis y vómito (di umbabi den ñhei, ya ga, tzothi, yoho). Finalmente, un 18% correspondió a enfermedades inespecíficas o que se manifiestan en diversos aparatos y sistemas: dolor de cabeza, inflamación de compañeros (testículos), relajamiento de testículos, nervios, ataques (tsonsoman-u, dungua yaque) y sarna.
Con los nombres de pathi, ñanhnahtee, nñede ieyhi, ra oth ej a´ii, ñahi y y-jlte, los otomíes designan la profesión de curandero, siendo estos terapeutas el segundo grupo en importancia de la muestra lograda (26% de los informantes), con una edad promedio de 55 años. Vale la pena señalar que estos curadores mostraron un articulado nivel de especialización, pues varios de ellos eran reconocidos como expertos "hace limpias", limpiador (nfukatee) o limpiadora (nduqui), curandero de niños (ñahña bahtsi), sobadora de ovarios y curandero de espanto. Se comprobó también que muchos de ellos poseían un amplio conocimiento de otras profesiones, como la de hierbero (ra othe yaji, raothajai, ñedia, ganzadi), sobador-chupador (nguhmatee-shuhtsantee), huesero (hocadoyo, yiuti arandoyo, yiu mandoyo, maga hok mandoyo) y doctor-partero. Esta especialización de los diferentes terapeutas se ve reflejada al interior de las causas de demanda de atención, en donde destacan, en primer lugar, las relativas al sistema gastrointestinal, y que representaron el 21% del total: diarrea (shuñia, npueni), vómito, dolor de estómago, lombrices en el cuerpo (del estómago se expanden hacia otras áreas corporales), estómago volteado (ndha mmeui), parasitosis (olluvace), comer tierra (cjrojoi), "fruta verde" (enfermedad gastrointestinal causada por comer fruta verde, conocida en otomí como ciaxanixi), aventado del estómago, estómago, cólico o coraje y disentería roja (pjxi). En segundo lugar, se registró un grupo numeroso (19%) de síndromes de filiación cultural: espanto o susto, aire o mal aire (tzohora, ndha hi, dogi), empacho, histérico, hético, cuadrilla de sol (enfermedad peligrosa causada por el brillo del sol), caída de mollera, ojo o mal de ojo (tzi ya da, iyhatha, nordo, un bario ioi, doo), celo (por nacimiento de un niño), enlechados y envidias. Luego de éstos, se mencionaron las causas vinculadas al sistema musculoesquelético (10%), siendo las más importantes: torceduras (bimpo´cki, shi enkoya cuerda) de huesos, huesos quebrados (bihuagui), dolor caballero (dolor muscular que se clava en la región abdominal; en otomí recibe el nombre de u´jitio), dolor de cuerpo y de cintura abierta, golpes (hueso falseado o ngue nthi) y cuello. Con un porcentaje menor (5%) se registraron las enfermedades ginecoobstétricas y, en general, las consideradas "propias de la mujer": criatura volteada (shi a mo-gue), embarazo y dolores menstruales; con idéntico porcentaje al anterior, las afecciones del aparato respiratorio: gripa (ntuxe erupa), tos y anginas (nenyuga, shingón i´ga). Con el 4% se registró un par de padecimientos cutáneos: llagas y granos en la piel (fogoymi). Finalmente es posible formar un conjunto (18%) con causas relativas a diferentes aparatos o sistemas, o de sintomatoloqía inespecífica: calentura (doshpa, rns doshpa), infección de hemorragia (enguiagui), dolor de cabeza (shi-c-me yaha), tomar vino (ya vidú), desnutrición (pueeca nejati), ataques, mareos (canveti), asco (yohoo), falta de apetito (san me), fumar (cjallui winpi llui), anemia, hinchazón, trastornos del cerebro (nnuhku), dolor de cuerpo (shi-e mondoyo-ga), dolor de muela, salida de dientes, quebraduras e insomnio. Es preciso aclarar que los curanderos son requeridos también en situaciones específicas para que practiquen limpias y sobadas (cajonillí).
El tercer grupo de terapeutas tradicionales, considerados en orden de importancia numérica (20%), es el de los hueseros, integrado casi exclusivamente por hombres cuya edad promedio es más o menos semejante a la de los otros médicos indígenas: 59 años. No se advierten en ellos diferencias significativas en cuanto a las formas de aprendizaje -transmisión de los conocimientos por parte de otro terapeuta más experimentado, herencia del saber legado en el ámbito doméstico, autoaprendizaje, práctica empírica- encontradas en otros pueblos indígenas.
Entre los otomíes, la profesión de huesero está enfocada a la aplicación de algunos métodos terapéuticos relativos no sólo al sistema musculoesquelético, sino también a la atención de trastornos que pueden presentarse durante el embarazo y que requieren de la administración de sobadas, y al tratamiento de ciertas afecciones cutáneas y de síndromes de filiación cultural, principalmente. Es frecuente que la práctica del huesero se vea reforzada con técnicas provenientes de otras especialidades médicas, como la de hierbero o la de partera. El contacto con la medicina académica ha propiciado en no pocos casos que estos terapeutas refuercen sus conocimientos con médicos y ortopedistas. Los padecimientos por los que la población otomí recurre a los hueseros son en su mayoría (55%), aunque no exclusivamente, los relativos al sistema musculoesquelético: quebraduras de huesos, compostura de brazos y de cintura abierta, desconcertadura de cuello o de costillas, (problemas en el) espinazo, chispada del tejolote (el tejolote es la cabeza del fémur), dolor de coyunturas, torcedura de mano (bi cuemera hua), costilla quebrada, espinazo desviado y rótulas de rodillas. Estos especialistas suelen tratar también problemas relativos a la ginecoobstetricia (20% del total de la muestra): caída de ovarios, matriz caída, compostura de parto ("acomodar antes de nacer" o be bee) y retención de placenta. La mayor parte de los informantes señaló también que suelen tratar el histérico, los relajados de los testículos, la erisipela, el apéndice y la caída del riñón.
A diferencia de lo que suele suceder en otros grupos, entre los otomíes es notable la proporción de mujeres dentro del cuarto grupo de terapeutas detectados en nuestro estudio: los hierberos. Al igual que los hueseros, el grupo de los médicos herbolarios tenía un promedio de edad de 59 años y, aunque su especialidad consiste en tratar diversas enfermedades aplicando plantas medicinales, no es extraño que conozcan los secretos de otras profesiones médicas (por ejemplo, se encontraron dos hierberas, una de las cuales era partera y la otra era conocida como hierbera-bruja-cura niños). El aprendizaje de este grupo de curadores indígenas se desarrolla principalmente mediante la observación de la labor de otro especialista -muchas veces un pariente próximo-, escuchando sus consejos, examinando las diferentes especies vegetales con valor terapéutico e, incluso, concurriendo a cursos impartidos por algunas instituciones o equipos de salud no gubernamentales. Los hierberos tratan, sobre todo (22%, en la muestra registrada), síndromes de filiación cultural, siendo los más importantes el espanto o susto, el aire y el ojo. Con un porcentaje semejante; destacan las afecciones ginecoobstétricas o los procesos normales relativos a la reproducción; los hierberos suelen ser requeridos para atender partos, brindar asistencia durante el embarazo y ayudar en los casos de "niños pegados". Contrariamente a lo observado en otras etnias, las enfermedades gastrointestinales no se registraron como características del dominio del hierbero, con las excepciones del vómito y del dolor de estómago. En cambio, la población suele requerirlos para que administren sus preparados herbolarios cuando se sufre de granos, mal de orín, calentura, infección con temperatura y alcoholismo.
El penúltimo grupo de terapeutas tradicionales es el de los sobadores (cajomina, ra coxthajai), quienes suelen tratar padecimientos de la esfera propia del huesero (torcedura de manos, torcedura de pies, dolor de espalda, etcétera), pero también ejecutar sobadas en los casos de caída de la mollera.
Finalmente, un porcentaje poco significativo de informantes se definió como chupador (arkungse), profesión generalmente a cargo de los hombres. Como en otras etnias, entre los otomíes el chupador succiona la parte afectada para extraer el mal que aqueja al paciente. Se pudo constatar que 70% de los informantes tenían más de 10 años de ejercicio de la profesión médica, dato indicativo, para la población, de la experiencia de estos curadores, pese a que la mayor parte de ellos (41 informantes) declaró atender menos de cinco pacientes semanales.