Cuando se analiza la información obtenida sobre los recursos humanos y las causas de demanda de atención de la medicina tradicional en un grupo tan poco estudiado como el de los pimas, y se la compara con la recogida en otros pueblos indígenas, más allá de las diferencias culturales locales, se observa una notable constancia y persistencia de ciertos datos que son, en definitiva, los que autorizan a hablar de una medicina tradicional de alcance nacional. En efecto, el primer aspecto que sobresale es el amplio número de terapeutas que animan el cuadro de los recursos médicos locales. Se logró entrevistar a 40 médicos pimas, los cuales, al momento de aplicarse la encuesta, residían en los municipios de Yécora, en Sonora, y de Temosáchic, en Chihuahua. Puede advertirse un predominio de las mujeres (55%), pues el grupo constaba de 22 terapeutas de sexo femenino y 18 de sexo masculino, con una edad promedio para el conjunto de 56 años.
Tampoco en lo relativo a las ocupaciones principales el grupo de los terapeutas pimas difiere de lo referido en otras etnias: ninguno de los informantes vivía de los ingresos que podía proporcionarle la medicina tradicional y, en cambio, todos ellos se dedicaban prioritariamente a las tareas agrícolas, los quehaceres domésticos y a la producción de artesanías. Se registró el caso de un terapeuta que era, al mismo tiempo, el gobernador tradicional, lo que resulta indicativo de la jerarquía social que los curadores pueden alcanzar. Otro factor que liga a los pimas con otros pueblos indios aquí estudiados, es el de la clasificación de las profesiones médicas: curanderos, parteras, hierberos y sobadores constituyen los cuatro tipos principales de practicantes tradicionales y, como en otros grupos, cada uno de ellos puede dominar más de una profesión o especializarse en el tratamiento de un determinado tipo de dolencias.
El 50% de los 40 terapeutas entrevistados llevaba más de 20 años practicando la medicina tradicional, factor que seguramente influye en la percepción que de ellos tiene la comunidad, pues se mencionó que se trataba de sujetos con experiencia, conocedores del oficio y que gozaban de gran respeto social. El promedio semanal de consultas era de cinco pacientes, aproximadamente, casi siempre miembros de la etnia. En lo relativo a la escolaridad formal, se pudo comprobar que el 75% era analfabeta, pese a que había 30% de monolingües de español y 60% de bilingües de pima y español; el restante 10% sólo hacía uso de la lengua materna.
El grupo más nutrido de terapeutas fue el de los curanderos (11 hombres y seis mujeres); los informantes pimas se refirieron al curandero empleando diversas denominaciones: melyik, culastem, almate kulartáni y opulatik. En el curso de las entrevistas usaron incluso las expresiones: médico (méjiski), "el que sabe curar" (imachi a kularta), "el que cura a la gente" (kularta o´ob) y "el que practica la medicina casera". La edad promedio de los curanderos encuestados fue de 59 años. A medida que se avanzaba en la colecta de los datos, se definía el perfil de cada uno de ellos, ratificándose el hecho de que cada curandero puede combinar los métodos y recursos de su profesión con los de otras especialidades. Así, hubo quienes señalaron que eran, a un tiempo, curanderos y sobadores, o curanderas-parteras-sobadoras, o bien curadores de susto, especialistas en la preparación de remedios caseros o en la cura del dolor de cuerpo y de la tos. El interrogatorio relativo a la formación del curandero reveló otra coincidencia respecto de lo advertido en numerosos pueblos indígenas: se llega a ser terapeuta como resultado del aprendizaje al lado de otro u otros terapeutas, reconocidos socialmente por su habilidad, solidez de conocimientos y capacidad para trasmitirlos al aprendiz; a este magisterio se suman, en ocasiones, las prácticas de tipo autodidacta. El límite -no siempre estricto- entre la profesión de curandero y las otras formas de ejercicio de la medicina entre los pimas, se pone de manifiesto cuando se agrupan las causas de demanda de atención. Es claro aquí el predominio de los trastornos musculoesqueléticos y de las enfermedades del sistema gastrointestinal, que la población reconoce como del dominio del curandero. En el conjunto destacan por el número de menciones hechas por los terapeutas: falseadura tonergeyddá(,gaida tona, gaytai), reuma (rium), dolor de huesos (parko ko kincho´o tonao) y lastimaduras, por una parte, y cursera, chorro o diarrea (vaká, bakevin), "granuja" y dolor de estómago (ko okin wohu, bok ci kook). Le siguen a éstas los síndromes de filiación cultural: susto (to´ot liiob, ochkomboy, oydybuyi, iguana, oic kambuilg), mal de ojo (ko´oki), empacho (maindek, majmak), curar de gusanos (tukuri o´kanwahap) y caída de mollera. Estos tres grupos de causas se distinguen claramente de otro conjunto, residual, formado por trastornos inespecíficos o manifestados en distintos aparatos y sistemas, y mencionados con menor frecuencia que los anteriores: calentura (tomyi), calentura con frío (chi jume mi tomyi), dolor de riñón (upgúiuli kek kókate, jenova), dolor del pulmón (ko´ok iñibgaga), granos (graan, híhivil, híhiltek), parto, mal de orín (ji´ivor), tos (yó´singik), enfermedad de los ojos, llaga, sarampión, comezón, anginas (dareurdyl), dolor de cabeza (ko okimó), dolor de espalda, gripa (shosh), piquete de catamomo, "se le seca la sangre" o diabetes (o´ergakshin), dolor (coke), ponzoña de animales (jatkúy) y dolor de cuerpo (ci kook, buisin un kook).
Un grupo exclusivamente formado por mujeres es el de las parteras, profesión que en la lengua pima se designa con dos nombres: yo´o bwaja y doayi; las parteras son, después de los curanderos, el grupo más numeroso (siete en la muestra) y, como en otros pueblos indígenas, sus labores no se constriñen al ejercicio de la práctica ginecoosbtétrica, pues reciben solicitudes para atender ciertos padecimientos propios de la infancia, síndromes de filiación cultural, padecimientos respiratorios y afecciones de músculos, tendones y huesos. En el curso del embarazo, el parto y el puerperio, la partera pima realiza funciones de control, asistencia y tratamiento de la mujer y el niño. Se la solicita por los motivos que se enuncian a continuación: "estar para aliviarse" (duaali), parto (book, cik o´ob maarrka), "estar muy panzona" (chile booko), "cuando se alivia" (e´duarba) y "ya se alivió" (abu´marba), expresiones que, como se ve, son sinónimas e ilustran el momento del embarazo y el parto. También es de su competencia el tratamiento de pacientes afectados de susto, empacho, caída de mollera, diarrea con pujo y sangre (muy probablemente, disentería), gripa y lastimaduras, aparece en la esfera de su competencia.
Otro importante grupo de especialistas de la medicina tradicional pima es el de los hierberos (do´oguan saik); los seis entrevistados que ejercían esta profesión (cuatro mujeres y dos hombres) eran adultos maduros, con un promedio de edad para el conjunto de 54 años. También aquí los pimas emplean más de una denominación para designarlos: generalmente, "remediero" o "el que receta remedios caseros" (do´oguan remedio gagí); hay hierberos expertos en sobar, curar el susto, el dolor de cuerpo, el empacho o la caída de mollera, y en el tratamiento de algunos padecimientos gastrointestinales, como "granuja" y dolor de estómago.
Como se señaló en párrafos anteriores, el grupo de los terapeutas tradicionales pimas incluye también a los sobadores (obime u o´obeman). El tipo de práctica se distingue de los otros, más por la naturaleza de los métodos y procedimientos empleados -donde, naturalmente, predomina la sobada- que por el tipo de padecimientos para los cuales es requerida su intervención. Los informantes, en este caso, fueron cinco sobadores (tres mujeres y dos hombres), cuyo promedio de edad era muy cercano al registrado para los curanderos: 58 años. Las terapias del sobador tratan de reactivar funciones y mejorar el estado general del paciente, muchas veces afectado por padecimientos en los que se advierte el desplazamiento de algún órgano (rasgo que, también, asocia a estos terapeutas pimas con los de otros grupos, en donde las caídas, subidas o cambios de posición de un órgano vital son la base de un amplio número de padecimientos). La mayor parte de los entrevistados consideró que el tratamiento del susto en adultos (oc kambuilg) y en niños (lion to ´ob), el mal puesto y el empacho eran los motivos principales de demanda de sus servicios. En menor medida declararon ocuparse de la caída de mollera o de trastornos que pueden presentarse en las mujeres durante el periodo de gestación.
Un pequeño grupo -que, sin embargo, era reconocido socialmente dentro del conjunto de los terapeutas- manifestó no dominar una profesión médica específica, sino más bien dedicarse al tratamiento de ciertas afecciones, como el susto, el mal puesto, el empacho y las falseaduras. Este fue el caso de tres personas: dos hombres y una mujer.
El patrón de adquisición de los conocimientos de las parteras, los hierberos y los sobadores no difiere en lo esencial del mencionado para los curanderos; esto se relaciona con el hecho de que los límites entre las profesiones no siempre aparecen con nitidez: se comparten técnicas y, sobre todo, se suele tratar un número de padecimientos que entran en el campo de competencia de varios terapeutas.
Los procesos organizativos de los médicos indígenas, visibles en otras etnias, no parecen haber influido aquí, pues ninguno de los entrevistados manifestó pertenecer a alguna agrupación de terapeutas tradicionales.