Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexicana
Universidad Nacional Autónoma de México
Diccionario Enciclopédico de la Medicina Tradicional Mexicana
Correr al muerto

Sinónimo(s): cerrada de muerto (Pue) (1) (2), cabo de año (Pue) (3). Lengua Indígena: Totonaco toqomaqat, siete días; taqascwan, ofrenda alimenticia (Pue) (2).

Rito que se lleva a cabo después de la muerte de una persona, con la finalidad de "encaminar" su alma al cielo y evitar que permanezca en la Tierra provocando enfermedad (V. sombra y alma).

La mayoría de los pueblos indígenas realizan ceremonias después del fallecimiento de una persona para que el "alma del difunto" no vague por la Tierra, espantando a los que le fueron antipáticos, apareciendo como fantasma o animal que aúlla por el campo. Existe una gran variedad de rituales dedicados a "alejar la sombra", "correr el alma del muerto" o "levantar la sombra", todos ellos acompañados de ofrendas y plegarias para lograr el "descanso eterno" (1) (V. levantamiento de la sombra).

En diferentes etapas se realizan ceremonias relativas al vestido o mortaja, el velorio, el entierro y a la comida después del sepelio, que revisten gran complejidad.

La indumentaria con la que se atavía al muerto varía dependiendo de la edad y el sexo; el cuerpo debe bañarse antes de ser vestido. Los niños son arreglados de manera similar a la de los santos católicos; por ejemplo, a la usanza de San José, San Isidro, la virgen María, o simplemente con ropa blanca. A los difuntos adultos se les pone ropa limpia o nueva. En todas las ocasiones, los padrinos de bautizo son los encargados de vestir al cadáver. También es usual sahumarlo y colocarle una corona con flores en la cabeza, una palma bendita en una mano y un crucifijo en la otra. El velorio dura toda una noche, pero si el fallecimiento ocurrió lejos de la casa, debe extenderse dos días, para que el alma tenga tiempo de "recuperar sus pasos".

Los totonacos de la sierra Norte de Puebla colocan el cuerpo de la persona fallecida dentro de un ataúd o sobre un petate, y lo adornan con flores y velas. El rezandero canta, entona alabanzas y ruega por el descanso del alma. Los familiares reparten café y pan entre los asistentes; en algunas ocasiones ofrecen bebidas alcohólicas y queman copal. Transcurrido el velorio, familiares y amigos se preparan para acompañar al difunto a su última morada. Los hombres cargan el ataúd, mientras las mujeres llevan velas. El curandero encabeza el cortejo llevando una ofrenda de copal en un incensario en la mano derecha, y en la izquierda una jícara, una rama de naranjo (Citrus aurantium) y un pollito negro que será depositado sobre la tumba. Al llegar al cementerio, el ataúd se riega con agua bendita y se hace la señal de la cruz con una vela, para que Dios reciba al difunto. Cada asistente arroja un puñado de tierra a la tumba para que el muerto no regrese a espantar a los vivos; uno de los parientes coloca la cruz de madera. A su regreso del camposanto, los familiares ofrecen una gran comida de agradecimiento a todos los participantes. Durante los nueve días siguientes, los familiares rezan un rosario; al noveno día "levantan la cruz de ceniza" con una escoba nueva y la llevan al cementerio para depositarla dentro de la tumba.

Los nahuas de Puebla y Tlaxcala creen que las almas que pactaron con el diablo (V. pacto), y las de aquellos que no recibieron la sagrada sepultura, están condenadas a vagar siempre por la Tierra, espantando y causando daño. Los padrinos de bautizo participan durante todo el ceremonial, a cuyo término se les brinda un pequeño obsequio como agradecimiento.

En el municipio de Amulco, Estado de México, durante el velorio se pone en el piso, bajo el ataúd, una cruz de cal y una cazuela con vinagre, ruda (Ruta chalepensis), cebolla (Allium cepa) y un chilacayote (?), para "protegerse del cáncer" que exhala el muerto (V. cáncer de muerto). A los nueve días del sepelio, los padrinos " levantan" la cruz de cal y la llevan al cementerio (1).

Entre los huicholes de Atoyac, Jalisco, se acostumbra que durante el entierro el jefe de la familia del difunto rece a Dios frente a la tumba, diciendo: "Señor, te lo devuelvo a mi hijo, con el mismo gusto con el que lo recibí cuando me lo diste" (1).

Los totonacos de la sierra Norte de Puebla temen y respetan a las almas de los muertos, pues las consideran entes enfermantes; por tal razón hacen ofrendas a la tierra para que sus espíritus no regresen. Colocan comida tres veces al día durante siete días después del fallecimiento, y encienden cuatro velas dispuestas en forma de cruz en el lugar de la velación. Al séptimo día, el curandero sirve la última comida cerca del cementerio para "expulsar al espíritu" de la casa y para que no regrese hasta el día de muertos (3). Los totonacos consideran que los objetos que pertenecieron al difunto están cargados de impurezas, por lo que es necesario purificarlos, lavándolos con agua y jabón para poder utilizarlos, o tirarlos lejos de la casa. Algunas veces, diversos objetos personales son depositados dentro de la tumba (2).

Índice de Autores

(1) Lagarriga Attias, I.,

(2) Ichon, A., 1973.

(3) Galinier, J., 1987.

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