Las "hechicerías" son un síndrome de filiación cultural que padecen, generalmente, las personas adultas "de 18 años en adelante". Los especialistas de la medicina tradicional mame que tratan este tipo de mal son los espiritistas-clarividentes. Las causas que conducen a la hechicería residen en la voluntad de una persona de procurar daño a otra, hacia la cual nutre sentimientos de envidia o rencor. La persona que desea hacer el daño recurre a un especialista conocedor de los secretos mediante los cuales es posible hacer la hechicería: un brujo. Este puede llevar a cabo el hechizo utilizando, por ejemplo, un sapo, clavos y alfileres, o cabellos de la victima, o bien puede realizar el daño mediante un "beberizo" particular. Los mames definen el trabajo del brujo con la expresión "echar el animal".
La utilización de un animal como el sapo en las prácticas de la hechicería es muy antigua. Así, en la época colonial este procedimiento se conocía como "zarpazo", y consiste, al igual que entonces, en hacer comer una comida o algo que pertenezca a la persona a la que se quiere dañar, a un sapo, el cual luego es enterrado para lograr, de este modo, la consunción de la víctima; el mismo objetivo se logra si se le clavan agujas, clavos o espinas, ya que así esta última sufre todos los acontecimientos que padece el animal hasta su muerte. La segunda manera -más común- de hechizar a un sujeto consiste en darle a tomar una bebida que contiene un elemento asociado simbólicamente con la muerte, tal como tierra de cementerio o polvo de huesos de muerto.
Los síntomas que presenta el hechizado son tales que "le destrozan la vida"; el sujeto manifiesta un total descontrol psíquico que lo debilita con rapidez, "porque no duerme ni come", señalan los terapeutas. La hechicería es diagnosticada por medio de un procedimiento llamado "videncia": en una copa, que contiene diferentes esencias relacionadas "con los espíritus buenos", el espiritista y clarividente lee la clase de enfermedad que afecta al paciente.
Una vez que el terapeuta sabe con certeza el tipo de mal que aqueja a su paciente, procede a curarlo mediante lo que se llama un "trabajo general de puro material grande", práctica que consiste en una ceremonia terapéutica en la que se emplean elementos considerados con un gran poder curativo. Al inicio del ritual el curandero se "encomienda a Dios y a los hermanos" (estos últimos son los espíritus de los curanderos espriritistas muertos), y luego procede a quemar una cantidad considerable de ajo y copal cristalizado blanco y negro; sucesivamente prende algunos cirios situados entre las "lociones", que representan a los espíritus buenos, mismos que al final de la ceremonia se deben tirar, porque en ellos "se recoge la hechicería"; enseguida ejecuta una limpia al enfermo utilizando un gallo negro o rojo, "según sea la maldad", el cual es enterrado al término de la curación, como una ofrenda, "pues con la tierra no hay quién se iguale", y pide a la "santa tierra y a Dios la sanación del enfermo".
Una vez que el enfermo ha sanado, se debe presentar en casa del terapeuta para "dar gracias a Dios" por su bienestar. Si el sujeto aún se ve "amolado", el curandero le receta vitaminas o le aplica suero, además de recomendarle evitar comer alimentos picantes así como tomar bebidas alcohólicas; sobre todo le aconseja "guardar silencio", es decir, no contar a nadie lo acontecido con respecto a su enfermedad. Después de su total recuperación a persona puede prevenir eventuales ataques de hechicería y protegerse de las envidias mediante limpias con lociones, un huevo y un "manojito" preparado con ramas de albahaca y paraíso.
El enfermo puede morir si no se atiende oportunamente, o si el tratamiento no surte efecto; esto último sucede cuando el terapeuta no "encuentra" nada en el cuerpo; a veces no muere pero tampoco puede sanar" refieren los curanderos.