La envidia es una causa de demanda de atención de los habitantes de las comunidades huaves, que afecta preferentemente a la población adulta, sin distinción de sexo. El terapeuta tradicional indicado para atender a las personas que sufren este padecimiento es el pulsador, especialista en diagnosticar toda clase de afecciones mediante la interpretación de las particularidades del pulso del enfermo.
Este síndrome de filiación cultural es un reflejo del grado de deterioro de las relaciones interpersonales entre los miembros de las comunidades. La enfermedad, su causa y el vehículo mediante el cual se logra producir, llevan el mismo nombre: envidia. La envidia, como padecimiento, se produce por este sentimiento negativo que surge en un sujeto "porque alguna persona conocida tiene un buen trabajo, y para que se le acabe el dinero le echan la envidia", aseguran los terapeutas. Un nivel socio-económico más elevado que el común, o un cierto éxito alcanzado, inducen entonces a otros sujetos del mismo medio a sentirse autoestima baja; esta situación se manifiesta mediante la envidia, que los lleva a desear el fracaso de quien ha logrado una posición mejor que la suya. Para conseguir este fin, "echan la envidia" al que ha tenido éxito.
El sujeto afectado se siente mal de improviso. Sin mediar alguna causa aparente, "comienza a sentir dolor de barriga, de la espalda y de los pies", refieren los informantes. También en los casos de envidia se confirma la extrema importancia del pulseador, el cual diagnostica la enfermedad tomando el pulso al paciente en todo el brazo y el antebrazo, y sintiendo "que se le corta la sangre, que trabaja muy lento hasta la mitad del brazo", es decir, hasta el nivel del codo.
El tratamiento aplicado consiste en "untar" (frotar con fuerza) todo el cuerpo del enfermo con un preparado de olor intenso, que tiene la finalidad de desplazar el mal que ha invadido el cuerpo del enfermo. Dicho preparado se elabora de la siguiente manera: se mezclan medio litro de loción siete machos y medio de loción siete espíritus, y se agregan 30 semillas de pimienta, 10 de clavo y un manojo de romero; se deja reposar durante dos días, antes de dar inicio al tratamiento, el cual se pone en práctica de preferencia por las noches, momentos antes que el paciente duerma. El terapeuta frota vigorosamente el cuerpo del enfermo con el medicamento y después lo cubre para que repose. La curación se repite por dos días consecutivos.