Los informes relativos a los recursos humanos de este grupo indígena -quizás uno de los más aculturados del país- fueron obtenidos en entrevistas directas con médicos tradicionales, que al momento de aplicarse la encuesta residían en las comunidades de San Juan Atzingo, Santa Mónica y Santa María, en el municipio de Ocuilan, en el Estado de México. Merece destacarse el hecho de que tres cuartas partes de los terapeutas entrevistados eran mujeres, la mayoría reconocidas por sus actividades como curanderas y parteras. Los restantes médicos indígenas registrados eran, predominantemente curanderos y hueseros. Entre los tlahuicas, el terapueta comienza a ejercer de manera pública la medicina tradicional después de haber cumplido los 25 años, aproximadamente; no resulta extraño, en consecuencia, que habiéndose encontrado que el promedio de edad de los médicos indígenas entrevistados era de 58 años, se registrara un promedio global de ejercicio de la profesión de 31 años. Sin embargo, la mayoría de ellos declaró que difícilmente la medicina tradicional les proveía de los ingresos suficientes para vivir, especialmente en el caso de las mujeres, dedicadas esencialmente a las labores hogareñas y, algunas, a la venta de pulque. Sólo se registró el caso de una rezandera, para quien esta actividad era la más importante. Los hombres, a su vez, se dedicaban a las actividades agrícolas o a trabajos eventuales que les permitían hacerse de ingresos para vivir con suma modestia.
Es importante destacar también la pérdida progresiva de la lengua tlahuica-ocuilteca-matlatzinca, confirmada en el grupo por el hecho de que el 56% de los terapeutas eran monolingües de español, mientras que el restante 44% era bilingüe de matlatzinca y español. La visible aculturación no se refleja, sin embargo, en un incremento de la educación formal: en efecto, 70% de los médicos indígenas eran analfabetas, sólo 20% sabía leer y escribir, en tanto que el otro 10% únicamente sabía leer.
No obstante lo anterior, es posible percibir que ciertas prácticas de la medicina tradicional ocuilteco-matlatzinca están enraizadas en tradiciones mesoamericanas muy antiguas, como es el hecho de que se conserve aún la profesión de granicero, actividad adivinatoria y curanderil claramente vinculada al antiguo mundo de Tláloc, el dios de la lluvia. Esta práctica constituye una especialidad del grupo denominado genéricamente como "curanderos", el más importante desde el punto de vista cuantitativo (64% del total). Los curanderos tlahuicas suelen poseer alguna especialidad terapéutica: sobadores, curadores con plantas, especialistas en purgas y "rayados" (denominación empleada para los que en otras zonas de los estados de México y Morelos se conocen como "graniceros"). El curandero se forma en el seno familiar y comunitario; adquiere sus conocimientos como parte de una herencia recibida de los padres y de los abuelos, primero, y de otros terapeutas más tarde. Como parte del contacto con la cultura no indígena, algunos de ellos complementan su saber concurriendo a cursos o consultando libros sobre plantas medicinales y medicina tradicional de otros ámbitos del país o del mundo. Se encontraron pocos casos en los que se señalara que la vocación y las aptitudes para curar constituían un "don" concedido "por un ser espiritual o divino", un numen de la cosmología tlahuica. Éste fue, sin embargo, el elemento determinante en el caso de los rayados: "una noche caminábamos mi hermano y yo -refiere un informante-; nos cayó un rayo que mató a mi hermano, y a mí me fracturó la cadera. Yo pasé muchos días en mi casa, triste por lo acontecido. En una ocasión se presentó en mi casa un señor que era una "persona espiritual"; me sobó y me preguntó: ¿Qué deseas? Yo le contesté que quería curar. Fue entonces que unas personas me llevaron a presentar a Chalina, en donde se reza toda la noche. De esta forma fui iniciado como "rayado". La anécdota referida aquí alude a un mecanismo que suele ser típico en la definición de la vocación del curandero rayado: el sujeto es sometido a una dramática prueba por acción de un fenómeno atmosférico que lo daña; pero, si logra sobrevivir, el hecho es interpretado como una señal superior de que debe dedicarse a la práctica médica y al manejo del tiempo.
En otros casos, los curanderos comienzan, de una manera progresiva, a adentrarse en los secretos de la profesión: una mujer conocida localmente como curandera especialista en purgas, comenzó a ejercer en el ámbito doméstico, administrando tratamientos herbolarios a sus propios hijos. Ella "inventa purgas", es decir, combina diferentes plantas medicinales en los tratamientos que prescribe para un número importante de enfermedades frecuentes.
Cuando se registran y analizan los motivos de consulta, se observa que los curanderos son requeridos para tratar un amplio número de padecimientos, cantidad que puede aumentar dependiendo de los conocimientos y la experiencia del terapeuta de que se trate. Predominan (31% del total) los síndromes de filiación cultural, quizás como expresión de enfermedades que no son tratadas por los médicos de los servicios institucionales de salud. Se mencionaron, en orden decreciente: susto, espanto, empacho, aire, ojo, aire rayo, aire de los arroyos, aire de espanto, aire del río donde nace agua, aire maldición, aire de trueno, envidias, parchar niños y levantar la mollera.
Un segundo grupo está constituido por diversos padecimientos respiratorios (12%): bronquitis, anginas, resfriado/gripa, tos y tos ferina; y un tercero (11%), por enfermedades gastrointestinales: tifoidea, diarrea, derrame de bilis y dolor de estómago. Completan el cuadro de las causas atendidas por los curanderos: sarampión, irritación de las nalgas del bebé, viruela, control del embarazo y atención del parto, aborto, dolor de cintura y dolor de ombligo, heridas, quemaduras, calentura, abertura de cabeza, enfermedad de los riñones, fiebre, orejones (paperas), dolor de muela, tifo, hígado y nervios.
Naturalmente, en una medicina donde es tan importante la presencia de las mujeres, la atención de los procesos normales de la reproducción y del conjunto de los padecimientos ginecoobstétricos constituye la ocupación principal del segundo grupo de terapeutas tradicionales tlahuicas: las parteras. Es frecuente que se identifique la profesión principal con alguna especialidad o designación singular: sobadera de cintura, sobadora, doctor(a) de los pobres, etcétera. Las parteras representaron el 18% del total de la muestra. El aprendizaje de la partería sigue, en parte, los cánones de la tradición tlahuica (herencia de los conocimientos en el seno del hogar, asistencia a una partera de mayor experiencia, mecanismos de autoaprendizaje) y, en parte, los recibidos en virtud del contacto con la cultura exterior: trabajo en conjunto con algún médico en la clínica local, lo que ha implicado un proceso de hibridación de los tratamientos, los cuales suelen incluir medicamentos de patente y plantas medicinales. Una de las informantes, designada como "doctora de los pobres", enfatiza sobre la importancia social de la labor del médico tradicional. En su caso, consciente de las necesidades que aquejan a las personas de bajos recursos, ha debido instalar en su propia casa un cuarto que destina a pacientes que llegan a consultarla y que deben permanecer en reposo mientras ella les brinda atención médica.
Predominan en el cuadro de causas atendidas por las parteras, además de la asistencia durante el embarazo y el parto normales, las "enfermedades de la mujer" (23% del total): hemorragia de mujer, ovarías o enfermedades de los ovarios, coágulos en mujeres y caída de senos (huevitos). Las parteras son consultadas también por aquellas mujeres que desean tener familia y que presentan dificultades para embarazarse. Les siguen a ellas las afecciones gastrointestinales, dentro de las que destacan la tifoidea y el derrame de bilis: los síndromes de filiación cultural: empacho, ojo y espanto, calentura; las musculoesqueléticas: sobada de cintura y dolor de costado meco. En menor medida, son solicitados sus servicios para tratar chincual, gripa, calentura, tifo negro, piquete de capulina y piquete de alacrán.
Los hueseros, registrados en número similar a las parteras, son un importante recurso humano de la medicina tradicional tlahuica, y, como en la mayoría de las profesiones y especialidades mencionadas antes, la formación se adquiere por vías en donde la experiencia práctica y el desempeño junto a otro terapeuta resultan esenciales. Muchos de los informantes manifestaron su deseo de heredar este conocimiento a un descendiente, hijo o nieto, quien podrá formarse con su ayuda, pero deberá luego recurrir a lo que le diga su propia inteligencia. Atender a pacientes con aflojadura, descompuestos, sobar la cintura y sobar golpes -ocupaciones típicas del huesero- no obstaculizan que pueda brindar tratamientos que ofrecen algunos curanderos y parteras: por ejemplo, curar el dolor de estómago y tratar algunas enfermedades de la mujer, como la caída de senos o huevitos.