Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexicana
Universidad Nacional Autónoma de México
Diccionario Enciclopédico de la Medicina Tradicional Mexicana
Cuarentena

Periodo posterior al parto en el cual se suele aislar a la mujer y su hijo, pues se considera que durante este lapso ambos son especialmente susceptibles a contraer males físicos y sufrir la acción de entes sobrenaturales.

Su duración varía regionalmente, pudiendo extenderse a una semana, un mes, cuarenta días (como lo indica el nombre) e incluso más. Esta variabilidad está supeditada a ciertos factores, como la constitución física y "naturaleza" de la mujer, sus actividades, la ayuda de parientes y su nivel socioeconómico. Por ejemplo, los coras del norte de Nayarit establecen que la mujer debe guardar cama de diez a quince días para cuidarse de no contraer algún padecimiento grave, aunque puede levantarse después de los primeros cinco días (1). Los kikapúes de Coahuila reportan un aislamiento de diez días; la madre lleva la cuenta de los días haciendo muescas en el aro de la cuna del niño (2). Los huaves de San Mateo del Mar, Oaxaca, mencionan que a la semana del parto la madre puede levantarse y reanudar sus actividades normales paulatinamente (3). Por su parte, los yaquis de Sonora, otomíes de Huixquilucan, Estado de México, y zapotecos de Cuixtla, Oaxaca, refieren que el aislamiento que deben guardar tanto la madre como el hijo, para evitar complicaciones, debe ser de cuarenta días (4 a 6).

Durante este lapso, ambos son objeto de varias medidas preventivas y curativas, dirigidas, por un lado, a restablecer el estado de salud de la madre para que ésta pueda reintegrarse a sus labores cotidianas lo más pronto posible y, por otro, a evitar en el hijo trastornos que pudieran afectar su salud durante la cuarentena, o condicionarla en el futuro.

Se consideran especialmente importantes la dieta, el reposo y el aislamiento, la abstinencia sexual y las terapias dirigidas a "acomodar" los órganos afectados durante el parto.

La dieta que debe seguir la puérpera es considerada de suma importancia, ya que gracias a la misma se coadyuva a la recuperación del "calor perdido" durante el parto, se propicia una mayor producción de leche y se evitan enfermedades. Por ejemplo, las mujeres kikapúes de Coahuila se limitan a comer una masa especialmente preparada y sólo beben tés de hierbas, con el fin de reducir el tamaño del útero y producir mayor cantidad de leche para sus hijos (2). Para los yaquis de Sonora, la alimentación de la puérpera debe reducirse a alimentos calientes que promuevan un abundante flujo de secreción láctea, entre los que se mencionan atole de maíz, tortillas, pan, café con leche de chivo o vaca, y chocolate. Quedan estrictamente prohibidos carne, chile, frijol y guacavaqui (comida ceremonial yaqui), ya que éstos provocan diarrea y ponen en peligro la salud; también quedan fuera de la dieta todos los alimentos considerados fríos, como las frutas (4). Los totonacos de Zapotitlán de Méndez, Puebla, así como los huaves de Oaxaca, refieren una dieta exclusiva de alimentos calientes, a fin de recuperar el calor perdido durante el parto (3) (7). Los tzeltales de Oxchuc, Chiapas, mencionan también que la mujer debe cuidarse de comer cosas frías, ya que éstas pueden causarle esterilidad (8). Asimismo, en diversas poblaciones de Michoacán, Puebla y Morelos, se menciona que el hecho de ingerir alimentos fríos durante el puerperio puede causar la enfermedad conocida como cachán (cachán de frío), e incluso esterilidad (9 y 10).

El aislamiento busca, principalmente, evitar contingencias que pudieran sobrevenir con el contacto exterior, ya que se estima que durante este período tanto la madre como su hijo recién nacido se encuentran en un estado delicado y son susceptibles de contraer enfermedades y ser atacados por entes sobrenaturales, cuidándose incluso de las visitas, ya que éstas pueden ser portadoras de dichos males. Sobre este punto, informantes de Coahuila mencionan que no es recomendable que la mujer salga de casa, ya que se expone al aire que puede causarle punzadas en las sienes y dañar su visión (11). Los yaquis de Sonora dicen que por encontrarse la parida en un estado de debilidad orgánica, los malos aires pueden hacer presa de ella, y por tal razón debe permanecer dentro de casa durante cuarenta días (4). Informantes de Mecayapan, Veracruz, opinan que no sólo la madre y el hijo deben permanecer aislados, sino también el padre, ya que al salir de casa puede ver un cadáver y a su regreso arriesgarse a "pegarle el mal viento" a su hijo (V. cáncer de muerto); tampoco debe salir de noche porque le puede "pegar el lloro" (12). Los huaves consideran que, durante la primera semana, debe tenerse mucho cuidado con las visitas, sobre todo de los hombres, ya que éstos se encuentran "infectados" por el contacto diario con el mundo exterior; también con las de aquellas mujeres consideradas callejeras por placer o profesión (13).

Se piensa que la abstinencia sexual de la recién parida es una de las restricciones más importantes, ya que de no cumplirse puede ser causa de graves trastornos. En tal sentido, los kiliwas del norte de la península de Baja California estiman que pueden reanudarse las relaciones sexuales hasta que "la Luna corra dos veces"; si el marido desea tener relaciones antes, se le recuerda que el que sufrirá será el niño, quien todavía tiene derecho a su "casa materna" (14). Los totonacos de Zapotitlán de Méndez, consideran que durante el puerperio la mujer se encuentra en un "estado diferente" capaz de enfermar a los demás, particularmente a su marido, pues está expulsando "suciedad", razón por la cual el esposo evita "hacer uso de su señora en ese tiempo delicado" (7) (V. quemada); de hecho, tener relaciones sexuales durante la cuarentena es un acto sumamente reprobado por los totonacos, y se denomina encochinarse a la acción de infringir esta norma (15). En diversas localidades de San Luis Potosí, Michoacán, Morelos y Puebla, se considera de gran riesgo para la mujer infringir la abstinencia sexual, ya que se expone a sufrir los cachanes(empacho de sexo o de hombre) (7) (9 y 10) (16 y 17).

Durante la cuarentena, la puérpera recibe terapias, cuidados y recomendaciones dirigidos a calmar los dolores posparto (V. entuertos), propiciar la secreción de leche, restablecer su fortaleza física, regresar los órganos afectados a su estado normal, detener y prevenir hemorragias, proporcionarle calor y, en general, evitar cualesquiera complicaciones que pudieran poner en riesgo su salud o la de su hijo. También son comúnmente referidos en diversas regiones del país los baños de vapor -en particular el temazcal-, la práctica de masajes específicos y aplicación de fajas, así como la administración de diversas infusiones herbolarias, terapias que se suministran en forma paralela o individual. Por ejemplo, en Tijuana, Baja California Norte, se recomiendan durante la cuarentena los baños de temazcal, ya que según algunos informantes, éstos resultan altamente provechosos para "la bajada de la leche", además de su función higiénica. (18). Las parteras yaquis de Sonora practican unciones y masajes a las mujeres con el fin de evitar la frialdad (4). En Tamuín, San Luis Potosí, la mujer debe permanecer fajada para no inflamarse. La partera vigila el sangrado; si éste huele mal puede ser signo de infección. Para regresar la matriz a su lugar, da a la puérpera un té de epazote y le soba el vientre con aceite. Si después de quince días la puérpera aún tiene flujos, la soba y le suministra un té de epazote u orégano con Neo-Melubrina, o bien té de epazote con hierbabuena (16). En caso de que la mujer quede muy dolorida después del parto, los tlapanecos de Guerrero le frotan el cuerpo con un ungüento hecho de pulpa de mamey, grasa de cabra y varias raíces; se dice que aparte de aliviar el dolor, este ungüento detiene el flujo de sangre. Además, se acostumbra tomar baños en el temazcal para recuperar la fuerza (19). Los otomíes de San Pablito y Xolotla, Puebla, mencionan que la mujer debe recibir un baño de temazcal después del parto para recuperar el calor perdido durante el mismo (20). Las parteras totonacas de Zapotitlán de Méndez, limpian muy bien a la mujer inmediatamente después de la salida de la placenta, le frotan el vientre con refino, y le ponen una faja de manta o un rebozo encima de una bola de trapos que colocan sobre el ombligo, con la finalidad de que el vientre y la matriz guarden calor, y para que los órganos internos vuelvan a su lugar (7). De igual forma, en Morelos, se acostumbra colocar bajo la faja, y a la altura del ombligo, un trozo de tela torcido, llamado fiador, con el fin de evitar el desplazamiento de los órganos internos, particularmente de ovarios y útero, que, consideran, "quedan flojos" después del parto; también se practica una serie de sesiones en el baño de temazcal, la primera de las cuales se realiza al tercer día, para quitar el paño, ayudar a que "cierre la cintura", hacer que los órganos se deshinchen y reacomoden, y propiciar la abundancia de leche (9). Los zapotecos de Cuixtla, Oaxaca, aún reverencian al temazcal como a una divinidad: al finalizar el último de los baños, se le debe ofrendar con alimentos en una ceremonia presidida por la madre de la puérpera, para pedir por la salud y bienestar de su hija y nieto (6).

La atención recibida por el infante durante la cuarentena se centra básicamente en procurar su alimentación e higiene, cuidar el estado del ombligo, evitar enfriamientos y prevenir enfermedades y maleficios.

Para evitar infecciones y complicaciones que pudieran poner en riesgo la vida del niño, es muy común en todo el país la aplicación de diversas sustancias antisépticas y desecantes sobre el muñón del cordón umbilical, como ceniza, cal, sal, talco, alcohol, Merthiolate, etcétera, vigilando continuamente su estado, hasta que el cordón cae; también se acostumbra fajar a los niños por varios días para evitar que "se salte el ombligo". Una práctica muy peculiar realizada por los yaquis de Sonora, es tratar el muñón del cordón umbilical con sustancias u objetos calientes, con el propósito de evitar la frialdad (4).

Aunque es un hábito común bañar al recién nacido en el temazcal, con la intención de calentarlo y "hacerle circular la sangre", el tiempo de inicio y frecuencia para hacerlo varía regionalmente: en Tepoztlán le dan su primer baño de vapor a los ocho días de nacido, y en Mitla lo hacen 15 días después (21); en San Lorenzo Tlacoyucan, Distrito Federal, se acostumbra que, a partir de la caída del total del cordón umbilical, el niño y su madre reciban un baño de temazcal, tres veces a la semana, acompañados de la partera; se piensa que si el bebé no es bañado, "se muere de frío" (22).

Otra práctica muy difundida es administrar a los recién nacidos infusiones y/o aceites con el fin de "limpiar su estomaguito", "aflojar su tripita", "para que saque las flemas" o, simplemente, purgarlos para que no se empachen. Por ejemplo, en Morelos se recomienda dar al bebé una infusión laxante preparada con rosa de Castilla (Rosa centifolia), que ayuda a desinflamar y lavar su pequeño estómago, y le permite arrojar las flemas y residuos que quedaron en sus intestinos en el momento de su nacimiento (23). Los otomíes de Hidalgo dan al niño una cucharadita de aceite de cocina cuando acaba de nacer para que no se empache y para "aflojarle su tripita", pues aseguran que en ese momento tiene su "tripita llena de suciedad negra" (24). Por otro lado, también es un hábito común efectuar el aseo de los ojos y de las fosas nasales mediante infusiones elaboradas con hierbas como la manzanilla (Matricaria recutita), o bien con aceites de origen animal o vegetal.

La alimentación del niño se hace básicamente con leche materna, aunque en algunas localidades se suele sustituir la primera leche con tés o leche de cabra o vaca, en la creencia de que el calostro es dañino, y se da inicio al amamantamiento cuando cesa la secreción de aquél. En San Antonio Tecomitl, Distrito Federal, se alimenta al bebé con té de manzanilla los primeros tres días o hasta que "baje la leche" al seno materno (22). También se suelen solicitar los servicios de una nodriza, en el caso de que la madre llegue a morir o de que su leche no "le caiga al bebé" (V. amamantamiento).

Son de particular importancia aquellas prácticas destinadas a prevenir ciertos males a los que los recién nacidos son especialmente vulnerables, atribuidos, en general, a causas de orden sobrenatural. Entre ellos, se mencionan con gran frecuencia los malos vientos o aires, el mal de ojo, el susto o la pérdida del alma. Dichas medidas preventivas presentan particularidades regionales y étnicas, por ejemplo, en Baja California, los kiliwas cubren con ceniza tibia al recién nacido para protegerlo de un mal aire durante los primeros minutos de vida (14). Los totonacos veracruzanos de Papantla visten al niño con una prenda roja, ya que piensan que este color ahuyenta los malos espíritus y evita que "le pegue el rayo". Además, practican una ceremonia llamada levantamiento de la cama para proteger al niño de los espíritus malignos y designarle un ángel protector para su futuro; este ángel puede ser la abuelita o "mamá de las parteras muertas". Finalizada esta ceremonia, y en el caso que el niño tenga un hermanito muerto, la abuelita amarra a la criatura un listón rojo en la muñeca izquierda y en el pie derecho, y reza a los dioses para que sujeten el espíritu al cuerpo de la criatura, operación que se repite cada mes (25). Oaxaqueños de San Mateo del Mar consideran que los primeros días del niño son los más peligrosos y delicados, y que todo lo que sus padres y hermanos hagan puede repercutir en su salud; por ello, éstos no deben cazar ni matar animales; tampoco mirar mucho al niño para no "hacerle ojo"; no se debe hablar de ninguna enfermedad para no tentar a Dios. Durante los primeros días serán observadas con detenimiento las actitudes y posturas del niño para encontrar indicios acerca de su tona; es común que se proteja al recién nacido con amuletos contra el mal de ojo y contra otros posibles daños (3). Los tzeltales de Oxchuc mencionan que no es conveniente sacar al niño durante las primeras semanas, ya que su alma puede perderse en los caminos; de esto dan cuenta los llantos del niño al regresar a casa (8).

También es muy común la celebración de una serie de rituales de origen prehispánico, con el propósito de procurar un mejor destino para el niño. Uno muy difundido es el tratamiento simbólico que se da a la placenta y al cordón umbilical, generalmente enterrados en un lugar específico; por ejemplo, en la milpa si es varón, augurando que sea un buen milpero, y bajo el fogón si es niña, para que en el futuro sea buena cocinera. Existen otros rituales que conservan particularidades regionales y que persiguen el mismo fin: augurar y propiciar ventura al recién nacido. Tal sería el caso del nacimiento de un niño huichol, en el que el padre transporta a las cuevas de Teakata o a otro lugar sagrado, una flecha de la que ha colgado un huarache, un arco y un brazalete de cuero, diminutos; en ese sitio recogerá agua con la que se lavará al niño cinco días después del parto. Por medio de símbolos notifica a los dioses el nacimiento de su hijo: con el huarache, les pide ayuda para que guíen sus pasos y lo defiendan de las picaduras de culebras y alacranes; el arco y el brazalete se emplean para que Paritzika le enseñe a cazar y a defenderse; mientras que la flecha votiva establece la primera relación de los niños con sus dioses (26). Entre los nahuas de Mecayapan, Veracruz, cuando nace un varón, el padre, parientes y vecinos le llevan dinero, lápices, flechas y el chahuastle, para que cuando sea grande tenga dinero, aprenda a leer, sea buen cazador y no salga flojo en el trabajo del campo; los objetos deben ser agarrados por el niño para que se cumpla el buen destino (12). De forma similar, en Aquismón, San Luis Potosí, los huastecos colocan en las manos del varoncito un instrumento agrícola, y uno doméstico en el caso de las niñas (27).

La bibliografía especializada sobre las costumbres prehispánicas, reporta una vasta información acerca del tratamiento recibido por las mujeres después del parto, destinado a fortalecerlas y mitigar los dolores producidos como consecuencia de éste. Se trataba de curas hechas básicamente por medio de hierbas preparadas en infusiones que la mujer debía tomar, aplicarse por vía vaginal, untarse mediante masajes, formando parte de un emplasto, y como componentes importantes de los baños acostumbrados con el propósito de limpiarlas, reconfortarlas y purificarlas.

A través de la predicción del tonalli de los niños, los sacerdotes determinaban su futuro dentro de la sociedad y el tipo de ofrendas que deberían rendir a los dioses para evitar su enojo. Una de las costumbres prehispánicas más investigadas es el ritual mágico-religioso relativo al ombligo. Este era secado y llevado al campo de batalla, a fin de que el niño varón fuese en el futuro un buen guerrero; en el caso de la mujer, se enterraba el ombligo debajo del fogón de la casa para que resultara hacendosa (28).

Índice de Autores

(1) González Ramos, G., 1972.

(2) Latorre, F. et al., 1976.

(3) Ramírez Castañeda, E., 1987.

(4) Ochoa Robles, H. A., 1967.

(5) Ryesky, D., 1976a.

(6) Séjourné, L., 1985.

(7) Cuerno Clavel, L. et al., 1989.

(8) Villa Rojas, A., 1990.

(9) Mellado Campos, V. et al., 1989.

(10) Castro Ramírez, A. E., 1988b.

(11) Kelly, I., 1965.

(12) Sedeño L. et al., 1985.

(13) Signorini, I. et al., 1979.

(14) Ochoa Zazueta, J. A., 1978.

(15) Ichon, A., 1973.

(16) Mellado Campos, V., 1990.

(17) Aguirre Beltrán, G., 1952.

(18) Javis S. M., 1985.

(19) Oettinger, M., 1980.

(20) Castro Ramírez, A. E., 1988a.

(21) Cosminsky, Sh., 1977.

(22) Leiter Ferrari, W., 1982.

(23) Baytelman, B., 1986.

(24) Guerrero Guerrero, R., 1983.

(25) Velasco, D. F. et al., 1986.

(26) Benítez, F., 1976.

(27) Laughlin, R. M., 1969.

(28) Quezada Ramírez, N., 1977

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