Generalmente, la mujer cora descubre su condición de esterilidad cuando, después de convivir un largo periodo con su pareja, no logra embarazarse. Es entonces que acude al curandero "mágico-religioso", quien realiza una ceremonia terapéutica en la que funge como intermediario ante Toakamuna, dios Sol que habita en una cueva de La Mesa. Esta deidad es ambivalente, es decir, "buena y mala", pues así como propicia las buenas cosechas y la buena suerte en la caza y cría de ganado a aquellos que han cumplido con él, también es capaz de provocar el mal -transformado en un animal maligno y feroz- a los que faltan a sus obligaciones religiosas. Es así que la pareja, por intermedio del curandero, suplica a Toakamuna les conceda la venida de un hijo. La deidad responde a sus deseos -a través del terapeuta- y exige un ritual con as siguientes ofrendas: una jícara con pinole -alimento de Toakamuna-, una flecha que lleva dos figuras de niños pintados de azul, flores de cempoal y lirios blancos -que simbolizan a los niños-; asumiendo que la respuesta del dios es afirmativa, se agregan a la ofrenda dos "piedras bolas" (redondas) del río para augurarle a la criatura una larga vida y buena salud. Los coras aseguran que después de este ritual, el dios concede a la pareja el hijo deseado, el cual deberá presentarse a la deidad a los 40 días de nacido, en otra ceremonia que preside el curandero, para de esta manera asegurarle al recién nacido la protección divina.