Entre los totonacos, al igual que en otros grupos indígenas de México la concepción de un nuevo ser es un don concedido por las divinidades de su cosmología ancestral.
La mujer encinta es tratada con consideración, ya que el embarazo es un estado vinculado a situaciones de "peligro y de muerte". Puede ocurrir que el desarrollo del feto no sea normal, "porque la mujer se hincha, o porque sufre un susto, y por lo tanto no puede trabajar en sus quehaceres", refieren las parteras. Aunque la embarazada es designada por la población totonaca con la expresión "enferma de familia", en los hechos no se la considera como una enferma y, por lo tanto, no se la exime de las múltiples labores que desempeña en la vida doméstica.
En orden cronológico, el control del embarazo constituye la primera causa de demanda de atención solicitada por mujeres primerizas -las cuales por lo general tienen entre 17 y 20 años de edad- "porque no saben qué hacer", señalan las parteras; acuden para confirmar su estado de preñez, así como para recibir recomendaciones y terapias que las ayuden a prevenir complicaciones del embarazo y del parto.
Las características físicas y emocionales que presenta la mujer, son con frecuencia el primer indicio del embarazo; generalmente se ve pálida, triste y con los ojos hundidos. El interrogatorio y la revisión son los procedimientos que permiten a la partera establecer el diagnóstico. Durante la entrevista, la enferma refiere acerca de las molestias que siente, entre las que la "ausencia de su regla" y la presencia de náuseas, son determinantes para confirmar su estado. La revisión del vientre de la embarazada se hace mediante palpación y la aplicación de una sobada, prácticas que emiten a la terapeuta no sólo confirmar la presencia del producto -"se siente una bolita", dice-, sino también establecer el tiempo de desarrollo.
Entre los totonacos, existen diversas creencias en torno al embarazo. En opinión de los terapeutas consultados, es posible conocer el sexo del producto según la posición que adopta en el vientre de la madre: "las niñas están viendo hacia arriba y los varoncitos hacia adentro, volteados". Por la misma razón, durante las sobadas, se busca a las niñas del lado izquierdo del vientre, y a los niños del lado contrario. La forma que adquiere el abdomen de la mujer encinta, también es un indicador del sexo del feto: se cree que es un niño cuando el vientre de la embarazada tiene un aspecto "como de pico"; en cambio, si su forma es redonda entonces se trata de una niña.
Cuando la mujer acude a la partera para el control del embarazo recibe diversas recomendaciones que debe observar para lograr que el niño se desarrolle en la posición correcta, así como para evitar posibles hemorragias que pueden conducir a un aborto.
Entre la población totonaca, una de las ideas fundamentales que rigen el desarrollo del niño, es el concepto relativo al calor que trasmite la sangre de la mujer a su hijo, calor indispensable para la vida; por tal motivo, la madre debe evitar bañarse con agua fría, ya que esto "enfría la sangre" y puede ocasionar complicaciones (V. frío-calor). Debe, además, procurar no cargar cosas pesadas, por miedo a un aborto; del mismo modo, se le aconseja que "haga quehacer" y que no duerma mucho, ya que la falta de actividad física hace que el niño se desarrolle en posición atravesada. Durante los primeros meses de embarazo es frecuente que la paciente se vea "descolorida"; en estos casos, las parteras recomiendan tomar vitaminas.
La "mala posición" del feto constituye una causa de demanda de atención entre las mujeres totonacas que esperan un hijo. Esta preocupación surge alrededor del tercer mes de embarazo, cuando ya se puede "sentir la bolita en el vientre de la mujer", es decir, cuando el feto tiene el tamaño suficiente para poder ser detectado mediante la palpación. La enferma sospecha que el niño tiene una "mala posición", cuando siente un dolor abajo de las costillas, dolor que se produce porque el producto se encuentra recargado de ese lado; en cambio, cuando está atravesado, "hay dolor de pierna", refieren las parteras. Durante la consulta, la terapeuta palpa el vientre de la paciente; si la cabeza del niño está presionando las costillas de la mujer, es posible detectar una especie de inflamación debajo del seno correspondiente a la zona dolorida. Las parteras con experiencia pueden determinar el tipo de "desacomodo", con la simple observación "del modo de andar de la embarazada". Cualquiera que sea el tipo de posición incorrecta que tenga el niño, la terapeuta ejecuta un procedimiento destinado a "acomodarlo", es decir, a colocarlo en una postura cefálica. La maniobra consiste en sobar el vientre con aceite caliente, y desplazar manualmente al feto hasta que su posición sea la adecuada.
Otra forma de acomodar al niño consiste en mantear a la mujer. Generalmente, esta práctica se realiza después de la sobada; a la enferma se le pide que se acueste sobre un rebozo, de modo que éste le cubra la espalda, la cadera y los glúteos: la partera, de pie, toma ambos extremos del rebozo, lo levanta, y procede a "jalar", primero de un lado y luego del otro, para que "la criatura se empareje"; la terapia es más efectiva si se hace en el interior de un baño de temazcal. Las parteras insisten en la necesidad de acomodar el niño durante todo el periodo del embarazo, para prevenir problemas al momento del parto; por ello aconsejan someterse a este tipo de prácticas, una vez al mes, a partir del tercer mes de gestación.
Cuando se acerca el día del alumbramiento, se llama a la partera para que examine a la mujer y constate que todo está normal; es usual que ésta sea una pariente cercana: la madre, la suegra o la hermana de la parturienta. Las terapeutas señalan que las primerizas muchas veces desconocen los indicios que anuncian que el parto es inminente, situación que no ocurre con las multíparas.Los síntomas que presenta la mujer cuando el parto ha iniciado son: "dolencia de cadera y vientre", destilación de secreción a través de la vagina, y sudoración; asimismo su semblante cambia: "se le afila la nariz, y su boca está amoratada", dicen las parteras. Es en este momento cuando el esposo llama a la terapeuta, quien en su casa reúne algunos implementos tales como tijeras, "la perita y ciertas hierbitas"; a continuación, reza frente al altar donde se encuentran las imágenes de los santos que honra, en especial las de algunas vírgenes protectoras de las parteras y de las parturientas, como son la virgen de la Natividad, santa Ana y nuestra señora de Montserrat, a las cuales deja encendida una veladora antes de dirigirse a casa de la parturienta. Al llegar hace un reconocimiento a la madre para establecer el tiempo aproximado para el nacimiento, pregunta acerca de los intervalos de las contracciones, luego le palpa el vientre para verificar la posición del producto y en ocasiones la mantea para "emparejar al niño", es decir para que quede al centro del vientre y pueda así encaminarse sin dificultad hacia el canal pélvico, "porque algunos se sesgan", refieren los informantes. Si el líquido sale con sangre, entonces la partera prepara los elementos para recibir al niño y aplica algunos procedimientos destinados a estimular las contracciones; generalmente, se trata de tés de plantas medicinales de calidad caliente, aunados a la aplicación de sobadas o emplastos en el vientre. Las preparaciones empleadas con más frecuencia incluyen: cuatro hojas de zoapatle, tres rajitas de canela y un chocolate, para un vaso de agua o de leche; el efecto de este medicamento se acrecienta si a los componentes anteriores se añaden cuatro espinas de bistlacuache (mamífero llamado tlacuache en otros lugares del país), tres hojas de aguacate y una taza de baba del árbol de jonote, y se hierven en un litro de agua. En algunas localidades totonacas, el té se prepara hirviendo en medio litro de agua, una rama de zoapatle, una raja de canela y una pastilla de chocolate, y se administra "en varias tomas" antes del parto. Una última preparación consignada utiliza canela, chocolate, manzanilla, una ramita de nikashamil, cinco hojas de aguacate y cinco de monifante, para un litro de agua.
Para agilizar el parto, también se acostumbra calentar el vientre de la mujer, primero frotando con aceite de oliva, caliente, y enseguida cubriendo con trapos tibios. Al momento del nacimiento, la mujer escoge la posición como quiere ser atendida; las más comunes son acostada o en cuclillas; en este último caso, se cuelga un mecate de una viga del cuarto para que sirva como punto de apoyo. Cuando las contracciones aumentan en intensidad y en frecuencia, la terapeuta palpa la vulva de la mujer "para sentir si ya está coronando el niño", hecho que constata si toca su cabecita; si es así, procede a animarla con palabras enérgicas para que puje con "fuerza para abajo"; en este momento, amarra su rebozo en la cintura de la parturienta y hace presión sobre el vientre, para ayudar a que baje la criatura y no suba nuevamente cuando la mujer toma aire.
Cuando el parto es muy prolongado, puede ocurrir que la enferma se desmaye a causa del cansancio; en estos casos, la frotan con aguardiente ("refino"), le dan a oler ajos, o cebolla partida mojada en refino, y la untan con un cocimiento de hierbas de espanto para que recobre fuerzas y aumente su resistencia.
Para recibir al recién nacido, la partera se lava las manos con agua tibia y jabón, y se las desinfecta con refino, ya que se considera que es necesario acoger al niño "con mano limpia". En cuanto nace, le soba el pecho, sopla en su boquita, y le "da aire para que llore"; luego, ata el cordón umbilical con "cordón de hilo" a una distancia de seis dedos del cuerpo de la criatura, hace un segundo amarre a tres dedos de distancia del primero y corta con tijeras o navaja de rasurar previamente desinfectadas con flama de refino; desinfecta el resto del cordón con alcohol o refino, y lo protege con un trapito limpio.
Enseguida, espera a que salga la placenta; si tarda en salir, recurre a una maniobra conocida como "recoger la placenta", que consiste en sobar el vientre de la parturienta para lograr que se desprenda; si esto no resulta, aplica un procedimiento destinado a hacer toser a la mujer: quema chile o le administra una infusión preparada con ajos. Terminado el alumbramiento, coloca una faja o ceñidor a la puérpera.
Tres días después del parto, la madre y el niño reciben un baño de temazcal, baño de vapor de origen prehispánico que guarda una estrecha relación simbólica con la tierra y el fuego. El suelo del temazcal está vinculado a la tierra, y el techo, al cosmos; el horno -piedras al rojo vivo en las que se produce el vapor-, simboliza al Dios del fuego como ombligo de la tierra. Antes de introducirse al recinto, se efectúan algunos rituales destinados a evitar el enojo de la deidad "dueña del temazcal", ya que de lo contrario puede mandar enfermedades. En el interior del baño, la terapeuta lava a la madre y la "hojea", esto es, le da golpes en el cuerpo con un ramo de omequelite (V. acoyo), para que recobre el calor perdido durante el parto y deseche impurezas (V. engingibre). El niño es bañado con agua caliente mezclada con refino, ya sea dentro o fuera del temazcal; al hacerlo, la terapeuta ejecuta una antigua práctica ritual: le oprime suavemente la cabeza en forma cruzada: primero en sentido longitudinal, y luego en sentido transversal; esta maniobra cumple con una finalidad preventiva: "cerrar" las aberturas entre los huesos del cráneo, por las que puede escaparse el espíritu del niño (V. tonalli); este mismo procedimiento forma parte de las terapias destinadas a tratar el espanto, enfermedad caracterizada por la pérdida del alma del sujeto.
Con el baño de la madre y del hijo concluye la labor de la partera; sólo le resta dar recomendaciones a los familiares de la puérpera en relación con la dieta más conveniente durante este periodo. Así, aconseja darle alimentos de calidad caliente, como los atoles y el caldo de pollo. El pan y las tortillas se deben consumir tostadas para que no se le peguen en el estómago; según las terapeutas totonacas, las tortillas sin tostar resultan "mamosas" y, por lo tanto, indigestas para la mujer "recién aliviada"; ésta debe evitar, asimismo, las comidas picantes, porque su leche puede provocarle "pujo" al niño. Los alimentos de calidad fría tales como la carne de puerco, el pescado y la sandía, entre otros, también están prohibidos durante el puerperio, porque "hacen mal a la matriz, le viene frialdad en la matriz y se inflama" (V. frío-calor). Las recomendaciones que hace la partera incluyen ciertos consejos relativos a la vida de pareja de la mujer: se le prohíbe estrictamente mantener relaciones sexuales por lo menos durante los cuarenta días de la cuarentena, aunque la mayor parte de las especialistas sugieren prolongar el periodo de abstinencia por espacio de dos o tres meses, para darle tiempo al aparato reproductor de que "quede limpio y seco". Las relaciones sexuales durante la cuarentena pueden dar origen a enfermedades propias de este periodo, afecciones que pueden contraer ambos miembros de la pareja (V. quemada de parto).
Hasta hace algunos años, la cuarentena exigía, además, otras restricciones a la mujer que acababa de "aliviarse": durante esos días no se le permitía salir de casa, ni sacar al niño fuera del recinto familiar hasta 22 días después del nacimiento; si salía, debía evitar mojarse con agua de lluvia o recibir el "aire directo". Con respecto a los quehaceres domésticos, no se le permitía barrer, hacer salsa o planchar, y si tenía que salir por alguna emergencia, no debía subir escaleras ni hacer viajes largos en autobús. Las terapeutas señalan que, hoy en día, las mujeres después del parto acostumbran guardar reposo por no más de ocho días, lo que hace que con frecuencia sufran "cachañes o cruda", enfermedades propias de "desarreglos" durante el puerperio (V. cachán, chacanil).